Todos los países y ciudades tienen las suyas, y Montevideo no podría ser la escepción. por eso te quiero contar esta, que es bastante conocida y escalofriante.
La curva de la muerte.
Julio salía siempre tarde del diario, a la hora en que la gente ni se mira, porque solo piensa en llegar a casa. Pero Julio no tenía tanto apuro porque en su casa estaría solo su madre, ya durmiendo y un plato de guiso para recalentar.
Cuando miraba por la ventanilla del ómnibus no estaba en realidad viendo la rambla, ni la orilla espumosa, veía las noticias del día, meditaba sobre la guerra de Corea, disentía imaginariamente con un artículo de Marcha. Se embroncaba con las discusiones bizantinas del Colegiado, que veía pasar por la ventana a la inflación galopante que golpeaba a la gente.
Julio quería ser periodista de verdad, fustigar políticos chantas, adherir a causas nobles, pero por ahora se tenía que contentar con repasar cada día la programación de los cien cines de Montevideo.
Casi se pasa de la parada de la curva, como siempre, con el ómnibus en movimiento alcanzó justito a soltarse de la plataforma, que le devolvió a la actualidad con un soplo de aire de otoño. Los tres o cuatro pasos corriendo que dio al soltarse del pasamano, casi lo estrellan contra una joven que no alcanzó a ver, hasta no estar a escasos centímetros de su cara, mientras el ómnibus se alejaba, ambos sonrieron de nervios, tanto como disfrutando de la embarazosa situación. Recién cuando Julio se apartó un par de pasos, mientras tartamudeaba una disculpa, pudo ver a la muchacha. Lo primero fue la cara, porque competía en blancura con la luna y contrastaba fuertemente el pelo negro y liso y peinado con severa sobriedad, llevaba un portafolios que en sus manos parecía demasiado grande. La delicada delgadez se le adivinaba sin problemas bajo el vestido blanco, que a Julio le pareció enseguida, poco, sobre todo para el frío que hacía ese otoño y en la rambla.
Lo primero que se le ocurrió decir fue:
- ¡Hola, ta fresquito!, ¿no?- Lo cual era un inicio de diálogo, pero bastante absurdo en semejantes circunstancias-
Aún así ella contestó:
-¡Sí, bastante!- y Julio quiso creer que esa era una buena señal-
Le preguntó si no le daba miedo andar por la calle tan tarde, que ese era un barrio tranquilo, pero que tampoco había que facilitarles a los amigos de lo ajeno. Y se lo ilustró con un par de crónicas rojas que había estado en el diario esa tarde – todo eso para justificarse, porque en el fondo se sentía un poco ridículo, con su arranque repentino de paternalismo- . Pero pronto ella se mostró casi igual de conversadora. Le contó que estaba acostumbrada a andar de noche, porque estudiaba piano en un conservatorio en el centro y casi siempre volvía tarde.
Quiso decir:
-¡No gracias!- cuando Julio se ofreció a acompañarla hasta su casa-
Pero cuando quisieron acordar, ya estaban caminando rambla arriba…
Alicia se llamaba… y a Julio, le sonó como a caricia…
Por momentos, ella parecía más atenta al ruido de las olas topando las rocas, que a la cháchara cultural de su acompañante, que se esforzaba por demostrar su buen gusto por Chopin.
¡Eso sí es música! Dijo ella con la mirada en el horizonte- justo antes de dejar la rambla-, ojalá mi piano sonara como el mar.
A las pocas cuadras se levantaba la casa, era grande, de frente ornamentado como las casas de familia de aquella alta clase media.
A Julio le pareció un poco oscura y con un aire de decadencia reciente. Cuando iba a despedirse, estuvo a punto de preguntarle el apellido, pero no lo hizo, le dio miedo de que fuera del suficiente abolengo como para no animarse a soñar.
La despedida fue simple, de esas que quedan colgadas en el tiempo, pero sin ninguna promesa. Vio que ella en efecto andaba desabrigada, porque Julio le sintió la mano fría cuando le dio un suave apretón.
La noche siguiente, Julio salió a la misma hora de siempre, pero le pareció que ya era tardísimo. Ya no veía por la ventanilla, sino el bailoteo del mar… Iba contando cada metro de la rambla Wilson. Esta vez, dejó el asiento ni bien el ómnibus pasó la parada anterior asomado temerariamente en la plataforma, con el viento contrariándole el deseo de mirar, la vio desde una cuadra antes, paradita en el mismo lugar. Bromeando, calculó la distancia y se soltó del pasamano justo para quedar a centímetros de su cara. Esta vez hubo carcajadas francas. Aquél encuentro en la curva se repetiría las tres noches siguientes con intensidad suficiente como para constituirse en ritual. El usted dejó paso al tú, y este finalmente al vos de los amigos cercanos, los que no pierden el tiempo en formalidades. El viernes Julio planeó cuidadosamente casi todo el día el discurso de esa noche, que debía parecer justamente descuidado y casual, como parte natural de la despedida, pero como suele pasar, le valieron de poco los ensayos imaginarios.
¿Sabés en que estaba pensando? Que yo… mirá, hoy estuve mirando la cartelera en el diario y bueno, mañana parece que hay una reunión bailable acá cerquita, fijate que me aseguré que fuera un ambiente lindo, porque viste que hay lugares que …
Y ¡bueh! En realidad te quería decir que si no tenés nada que hacer, podríamos ir a bailar un rato para…
-¡No! Interrumpió Alicia que dejó al muchacho todavía más tartamudo.
Yo no voy a poder…
¡Ah!- Dijo él como demostrando que entendía perfectamente-
No te preocupes, si no sabés bailar, yo soy un patadura…
¡Dale, es para divertirnos un poco!
¡Tragó saliva y perdido por perdido se la jugó!
¡Y porque no quiero volver a charlar contigo recién el lunes de noche…!
Alicia tuvo que acceder para poder usar toda esa energía en aguantar esa lágrima que casi se le escapaba.
Le propuso la hora de siempre en la parada de siempre. Cuentan todavía en el barrio, que bailaron hasta la alta noche, salieron divertidos cuando las luces se prendieron después de que la orquesta tocó una buena tanda de lentas.
Cualquiera un poco mas avivado, hubiera aprovechado para abrazarla, y darle un beso ahí nomás, ¡Pero él no! Prefirió tomar el camino del protector, le hizo notar que otra vez estaba desabrigada y hasta se quitó su propio saco y se lo puso a ella sobre los hombros con inmensa ternura. El contacto duró un segundo larguísimo, que ambos hicieron como que no notaban. Julio le ofreció un taxi, pero ella prefirió caminar. Se fueron lento por la avenida, riéndose de los calaveras que volvían zigzagueando presurosos a sus hogares. Ni se dieron cuenta del paso del tiempo y de las cuadras, hasta que un gallo lejano los trajo a las puertas de la casona.
¡Esta vez sí me tiene que salir bien! –pensó Julio antes de que fuera demasiado tarde- y otra vez Alicia desapareciera en la entrada oscura de su casa .Así que lo soltó ligerito, para no ponerse a tartamudear como un gil.
Siempre nos vemos de noche, yo estuve pensando:
Mi madre hace unos ravioles de novela y como mañana es domingo y yo le estuve contando de vos, me dijo que te quería conocer y bueno… si vos no tenés nada pensado… pensé que a lo mejor
Alicia trató de detenerlo explicándole que ella no iba a poder… Pero Julio estaba tan entusiasmado que solo pudo cortarle la frase con un beso…
El primer beso… increíblemente dulce con un gusto de agradecimiento, a cambio gigante, a ternura más allá de todos los límites… eterno beso de despedida…
Julio llevaba una sonrisa antes de que los labios se alejaran.
¡Mañana, en la parada de la curva!
Tan en la luna se fue, que se olvidó de pedirle que le devolviera el saco.
Le parecía que todos los que pasaban por la curva ese mediodía, hacían gestos de burla al mirarlo. A lo mejor por la pinta de ansioso, caminando de un lado para otro. Lo cierto es que el tiempo pasaba infinitamente más lento que las ideas…
-¿Le habrá pasado algo?
-¡No, qué le va a pasar!
-¿Será que las mujeres son así…?
¿Y si tuvo algún problema? ¡A lo mejor no le gustan los ravioles!
-¡Podría haberme dicho! Aunque anoche agarró mucho frío, yo le dije…
-¡Pero no, debe ser la familia de ella, seguro! Ella es de familia bien y… ¡pero bueno! Mi vieja también es de bien, ¡Qué embromar!
Los primeros diez minutos fueron francamente enormes, los siguientes quince fueron peores a los otros diez, y ya supo que no vendría…
Caminó varias veces las cinco o seis cuadras que separaban la curva de la casa de ella. Porque iba y volvía, y volvía a ir… dudando si no sería mejor regresar a su casa y ahí pasar el domingo con su madre, como siempre.
Como diez minutos más se lo pasó en la puerta pensando si iba o no a tocar el timbre…
¡Al final se animó! Escuchó los pasos decididos acercándose a la puerta y deseo ver el rostro de Alicia asomándose… ¡Pero no! Una empleada lo saludó sin emoción. Julio le preguntó si estaba Alicia, y la mujer, pareció dudar un momento, pero no contestó, sino para hacerlo pasar a la sala.
Como el frente, la sala era de una elegancia un poco ajada; con muebles nobles y más atrás el piano. Sobre el piano, la foto de Alicia con esa sonrisa increíble que el ya veía por todas partes.
Recién cuando la empleada subió las escaleras y se quedó solo, se animó a tomar la foto y a devolverle la sonrisa. Allí se perdió quién sabe cuánto tiempo. Fue la voz desconocida y algo cascada, la que lo devolvió de pronto a la sala…,
Era una mujer cincuentona y de mirada triste y que ajuicio de Julio estaba demasiado bien vestida para un domingo en casa y de maneras un poco formales demás.
-¿Qué se le ofrece joven?-fue lo primero que le dijo mientras bajaba la escalera, mientras que Julio devolvía apresuradamente la foto a su lugar.
¡Qué linda está Alicia en esta foto! – fue lo que le alcanzó a responder.
Antes de explicarle nada a la señora, le dijo que quería saber si Alicia estaba bien, porque habían quedado de encontrarse a medio día ¡y ella no fue!
Se disculpó tres o cuatro veces en la misma frase, por las molestias y por el atrevimiento y por no sé qué más. Ni se dio cuenta de que la mujer lo miraba con ojos cada vez más severos, hasta que le cortó la frase, con un discurso que no lo entendió. Le dijo que si era una especie de broma, era muy cruel, que ella no toleraría que se jugara con sus sentimientos…
¡Y no sé qué otras cosas incomprensibles o demasiado exageradas!
La desubicación de Julio se agigantó, se lamentó de estar allí y se quería escapar por la ventana o pedirle a la tierra que se lo tragara de una vez.
Balbuceo algunas disculpas más antes que se hiciera un silencio brevísimo pero suficiente para que la mujer se diera cuenta de que la confusión del joven era auténtica…
-¡Joven, ella murió!
El mundo entero se detuvo…
Julio quedó en medio de un silencio espantoso… pensó en la sonrisa y en la noche fría y en el beso… y se le hizo un vacío en la barriga y un nudo en la garganta.
Trató de reaccionar y explicando que de noche estaba muy frío, pero ella estaba bien y que él, la había abrigado todo lo que pudo… y la frase no la pudo terminar…
-Mi hija Alicia murió en un accidente en la rambla cuando volvía del conservatorio… hace ya tres años…
La mujer hablaba profundamente conmovida pero con calma, como si no pareciera sorprendida o contradictoria su propia afirmación y el baile de la noche anterior, con lágrimas en los ojos le dio detalles que no pudo escuchar bien.
El muchacho volvió a la calle sin decir palabra, casi sin poder cerrar la boca.
Caminó rápido sin tener en claro a dónde iba. La cabeza le bullía de posibles respuestas y muchas más preguntas.
¡Esa mujer está loca! ¿Cómo se le puede ocurrir?… ¿O se cree que yo soy idiota?
¡Bueh, capaz que tiene razón y soy un idiota! Si no lo fuera no estaría entrando en este cementerio a buscar una tumba que no puede existir… ¡Seguro que no le parecí suficientemente distinguido ´para la nena!
912, 13, si es por acá…
¡Le molestó que agarrara la foto, eso fue…!
Se internó en el sendero que le indicó la mujer… allá en el fondo… no tuvo que caminar mucho más, porque allí estaba, tan solo como él, tan impasible y estúpido y absurdo como su propia historia de las últimas semanas, tan gris como el domingo que de pronto se nubló para siempre, su saco, su propio saco.
Se inclinó despacio aguantando el nudo en la garganta y la mano temblando diciendo algo tan bajito que ni el mismo se pudo escuchar.
Cuando levantó el saco, pudo leer en la loza, el nombre de Alicia.
Cuentan todavía en el barrio, que el muchacho gritó y se arrodilló, y lloró y volvió a leer el nombre en la loza y volvió a gritar y a llorar y que después de mucho rato, se levantó despacito cansado abandonando para siempre la intención de entender, luego se puso el saco que encontró sobre la tumba y se fue.
Algunos cuentan, que cuando pasan, por una descuidada casona del barrio, escuchan sonar el piano que nadie volvió a tocar. Es una melodía sin estridencias, suave como el mar.
Lo cierto, es que nadie en el Buceo se anima negar, que a cada tanto, Alicia se deja ver, esperando, allí nomás en la curva de la muerte.