Prólogo
Cuando uno es marino, es imposible no tener anécdotas como estas que compartiré con ustedes, de aquellos gloriosos tiempos cuando surqué los mares y conocí diferentes países, culturas y viví… quizá mejor deba decir: sobreviví, diferentes situaciones.
Como los recuerdos, al igual que las musas cuando vienen, lo hacen en tropel, aleatoria y desordenadamente, no me tomé el trabajo de ordenar estos recuerdos, porque la idea es compartir con ustedes de primera mano, estas experiencias vividas por esos mundos y no su cronología.
Tomando té.
Cierta vez, estando en la India, en el poblado de Gandhi Dam en la provincia de Gujurat, viví experiencias interesantísimas. Quizá porque ese es un país interesantísimo, y muy exótico para nuestra cultura, o porque era la primea vez que lo visitaba y eso siempre, hace las cosas más interesantes.
Quienes me conocen, saben de mi pasión y mi vicio por el té. Entonces como se podrán imaginar, lo primero que hice al pisar ese bello país, fue comprarme dos kilogramos de té. Esta compra fue guardada celosamente hasta volver a mi casa, donde ceremoniosa y ansiadamente, me preparé un sabrosísimo té. ¡Una verdadera delicia inenarrable de describir! Pero ahí me di cuenta de que no debía de haber comprado dos kilos de té, sino dos conteiner de él. ¡Era un té con el cual, con una cucharadita de té, se podía preparar un litro de té fuerte, aromático y sabroso!
Lógicamente, quién padece de este vicio (el beber té), lo hace siempre y en todos los momentos en que puede, por lo tanto, quien suscribe, en sus caminatas por la ciudad que fueron muchas, se metía a beber té en todos los lugares que encontraba donde se preparaba esta delicia.
Debo de comentar para los lectores mas desprevenidos o poco conocedores de los lugares y costumbres de éste país, que cuando se dice que se llegó a un lugar donde se preparaba estos deliciosos tés, me refiero a cualquier esquina o rincón, muchas veces al aire libre, o debajo de un toldo sostenido por cuatro palos. Allí siempre hay parroquianos y el dueño del establecimiento (por nombrar esos cuchitriles de alguna manera) Hay unos cajones donde se guardan las tazas y el té, un infaltable primus, ¿se acuerdan? Aquellos artefactos de cocinar, alimentados por querosene, iniciando su fuego con alcohol azul y una vez calientes se le daba bomba y el querosene pulverizado alimentaba el fuego, donde se solía cocinar antiguamente. Bien en esos primus se hervía el agua para hacer el té, que siempre estaba almacenada en unas ánforas o tinajas de piedra y donde generalmente se podía ver el musgo en el fondo de ellas a través del agua.
Lógicamente, las condiciones de higiene y las normas bromatológicas, se deben de haber ido por ahí junto con las moscas a las que constantemente se está espantando.
El té, es una bebida que les legaron los Británicos cuando los gobernaban y junto con el cricket son una pasión nacional. Esta bebida es nombrada “Chai” y generalmente se le agrega un chorrito de leche.
Quiero aclarar que por todo lo antedicho, debo declararme un kamikaze gastronómico, pero no un tonto, ya que visto y considerando las condiciones higiénicas, de salubridad y la elevada temperatura que se pasa en ese país todo el día, si bien tomé muchos “Chai,” pero nunca quise, ni me preocupé de saber de qué animal era la leche, ni donde la tenían almacenada. Cuando uno anda por esos mundos, comiendo y tomando lo que ellos suelen comer y tomar, a veces, quizá once de cada ocho veces, es mejor no averiguar mucho sobre los orígenes y almacenamientos de estos productos… como dice el dicho: Lo que no mata engorda… además como se suele decir: Menos averigua Dios y perdona…
Los buñuelos
Cierta vez, llegando a la ciudad portuaria de Mohamad Bem Kasim, en Pakistán, no pudimos entrar a puerto y debimos esperar en el antepuerto unas dos semanas. Como habíamos algunas personas que precisábamos atención médica, la agencia marítima que gerenciaba el barco en esa ciudad, contrató un lanchón pesquero para que nos transportara al puerto. El mar estaba bastante movido y como el barco estaba en alije, o sea vacío, para abordar el lanchón tuvimos que bajar por una de las bandas (costados) del navío en una escala de gato. En la terminología marinera se llama así a una escalera cuyos parantes son de cuerda y sus escalones son de madera y para usarla se desenrolla en el costado del navío. Como les dije, el barco estaba vacío por lo tanto la distancia entre la cubierta de nuestro navío y la del lanchón era enorme, motivo por el cual, la escala por la que descendimos también era larguísima. Agreguemos a ello que el barco se movía bastante y al llegar al final de la escala, ya para abordar el lanchón, por efecto del oleaje, la cubierta de este subía y bajaba unos dos metros. Entonces la mecánica del asunto, era pararse al final de la escala y esperar que la cubierta subiera y cuando pasara al lado de donde estábamos parados, saltar a ella.
Una vez superado este movimiento, nos sentábamos en la cubierta, a la intemperie, pues no había cabina para protegerse, recostados en las barandas que no eran muy altas y esperábamos estoicamente que el lanchoncito llegara al puerto. Las olas que rompían contra las pequeñas barandas levantaban partes de las olas que nos salpicaban y mojaban.
Cuando veníamos llegando a puerto, a ambos lados de éste vimos que había varias rampas lanzadoras de misiles semi cubiertas con lonas. Ahí comprendimos un poco la idiosincrasia de esos países, que cuando no tienen enemigos para pelearse, se pelean entre ellos…
Después de todas estas vicisitudes contadas, no era raro que estuviéramos famélicos, porque con tanto traqueteo y sacudones, el desayuno que habíamos tomado en el barco, ya lo teníamos por los talones…
En el trayecto del puerto a la ciudad, que lo hicimos a pie porque no era muy lejos, nos encontramos con un vendedor callejero de alimentos. ¡Acá mismo nos dijimos! El individuo vendía unos buñuelos, que si hubiera sido en Uruguay hubieran sido buñuelos de acelga, pero en Mohamad Ben Kasim, vaya uno a saber de que serían.
Siguiendo una muy inteligente costumbre de los marinos en tierra extraña, no preguntamos de qué eran ni de dónde venían. Nos limitamos a comprarlos.
El “buñuelero”, estaba sentado en cuclillas (postura ésta muy usada por las gentes de estos países) sobre un carrito y a su alrededor tenía un “primus a querosene”, una olla llena de aceite de dudosa calidad, color, olor y sabor y un recipiente donde estaba la masa de los buñuelos… debo decir que a esta masa, le cabían los mismos adjetivos calificativos que al aceite. Pero en fin, cuando hay hambre no hay pan duro.
Una vez fritos aquellos engendros de, ¡no se qué!, el tipo los sacó del aceite con una espumadera vieja y muy usada, grandota era, tipo para que no se le escapara ni uno de la fritada de buñuelos. La sacudió un poco en el aire para escurrir bien “aquello” y tomo del piso del carrito un pedazo de diario y allí sirvió las porciones pedidas. Cuando las tuvimos en nuestras manos, apretamos la mano para que chorreara el exceso de aceite, que de hecho lo hizo cayendo al piso y después de apretarlo varias veces y drenarlo lo más posible… ¡nos lo comimos!
La verdad es que no sé si por inconsciencia, o por mucha hambre nos comimos “aquello” y estuvo bastante comible…
Con el médico en Pakistán
A continuación contaré esta historia, ya que después de haber comido los buñuelos, seguimos camino a dónde íbamos. Nuestro destino era el consultorio del médico, con el cual nos había agendado la compañía para que nos atendiera. El Pakistaní que nos guiaba, era funcionario de la agencia naviera que nos gerenciaba y solo hablaba Urdu que es una de las tantas lenguas que se hablan en ese país, nos guiaba por unas callejuelas polvorientas hasta llegar frente a un portón de garaje donde era la clínica que nos atendería. El Dr. Todavía no había llegado, la que si había llegado había sido una vaca, y que había bosteado bien en medio del portón, que cundo llegó el galeno, la tuvimos que esquivar para poder entrar al consultorio.
Al rato comenzaron a llegar pacientes, que muy pacientemente esperamos la llegada del médico.
El tipo llegó, abrió el portón, y nos hizo pasar a una sala donde había un escritorio y en derredor, como en un anfiteatro, nos sentaron en sillas de madera a todos. El Sr doctor, comenzó a recorrer el anfiteatro, silla por silla y atendiendo, haciendo curaciones de heridas y dando inyectables a los pacientes. Era una atención colectiva, ya que no había una pizca de intimidad, al tipo sentado al lado tuyo le cambiaban los vendajes de una terrible herida, que se veía horrorosa, al del otro lado le aplicaban una inyección de vaya a saber qué.
A uno de los compañeros, el electricista de a bordo, que venía bastante jodido de salud, porque la verdad, los demás teníamos bobaditas y estábamos ahí, más por paseo que por otra cosa, le decíamos en broma, ¡ahora te queremos ver cuando el Doc. te mande hacer la prueba de orina acá en frente a todos!
El pobre loco ya había ido a un médico en la India, de dónde veníamos, y a pesar de que el loco le había explicado varias veces al médico que era alérgico a la penicilina, los remedios que le recetaron y le dieron eran en base a penicilina y se hinchó como un globo que la cara se le parecía a la de un monstruo. Acá la misma cantinela, le explicó lo que le había pasado en el médico en la India, y que por los remedios estaba en aquél estado. Mientras con cara de paciencia y de “Si, si, te entiendo todo”, el médico escuchaba y asentía. Terminado el parlamento, el Doc. dijo Ok, y se fue atrás de unas cortinas desordenadas y bastante sucias y al volver a salir venía con un jeringa hipodérmica en la mano y en dirección a nuestro amigo. Lógicamente todos los diálogos fueron en inglés, pero acá por razones obvias lo cuento en español.
Al verlo enveredarse jeringa en mano hacia él, con cara de muy pocos amigos, le preguntó al Doc.:
-¿Eso es cortisona?
Y el galeno, en una actitud de un niño que acaba de hacer algo malo, puso la mano con la jeringa detrás de su cuerpo y dijo con sorpresa, ¡No, no!
Y en seguida con más sorpresa aún, perguntó:
-¿Es alérgico a la cortisona?
Ahí nuestro compañero se levantó y empezó a caminar de un lado para el otro, profiriendo todas las malas palabras y adjetivos descalificativos sobre el doctor, su madre su abuela y hasta 5 generaciones hacia atrás. Y a los gritos pelados le decía al segundo oficial de cubierta (que generalmente es el que se ocupa de la sanidad en el barco) y que iba con nosotros:
-¡Llevame pal barco, sacame de acá que este hdp me quiere matar!!!!
La cosa es que, en malón y haciendo tremendo escándalo nos fuimos en tropel. Y realmente ni me quiero imaginar si el hombre no se aviva y le pregunta, seguro la reacción anafiláctica lo hubiera matado.