este es un cuento que realicé inspirado en un viejo relato contado hace muchos años atrás…
El prisionero de la isla Soledad
En un puerto lejano, lleno de barcos de diversas índoles, se teje esta historia que les voy a referir. Era el lejano año de 1776 y en este no muy tranquilo puerto, en una de sus callejuelas empedradas, sucias y malolientes era la dirección de una horripilante y sucia taberna llamada “El marinero muerto” Por las mugrosas y brumosas calles, avanza una figura fantasmagórica de paso muy extraño. La oscuridad de la noche, la poca y mala iluminación y la densa bruma del lugar hacían de la figura algo espectral y demoníaca. Era un viejo pirata… el clásico pirata de parche en el ojo, pata de palo, mano de gancho y afilada espada y cuchillo. Llegó hasta la puerta de la taberna, levantó la mirada para leer el cartel que se caía a pedazos chirriando al mecerse con el viento, como para confirmar la dirección a la que había llegado. Entonces, esbozando una horrible sonrisa en la que faltaban muchos dientes y otros eran tan renegridos que parecía que también faltaban, lanzó una mezcla de gruñido y carcajada siniestra. Entró al destartalado, pobremente amueblado y mal iluminado interior de la taberna, cantaroleando aquella vieja canción pirata que decía algo así como :” Quince marineros sobre el cofre del muerto, ho,ho,ho, y una botella de ron…” Dentro de aquél tugurio, habían unos quince hombres más, dedicados a la tarea de beber, dar risotadas y contarse historias de hombres de mar. Cuando nuestro personaje hizo su aparición en lo alto de la escalera de la entrada -ya que la taberna estaba en un sótano- y comenzó a descenderla rumbo al mostrador, todos los hombres reconocieron al dueño de aquella fantasmagórica estampa… ¡Nadie osaba pronunciar jamás su nombre!!! Solo se referían a él como … “El Capitán del Leviatan” Mientras el Capitán bajaba dificultosamente las escaleras, debido a su pata de palo, los hombres hicieron un silencio sepulcral, cada uno bebiendo de su copa y apenas murmurando alguna cosa entre dientes a los que estaban a su lado… tal era el terror que imprimía este reconocido y cruel pirata… El viejo pirata se sentó a una mesa y gritó con voz de huracán al pobre cantinero: -”Dame Grog, muchacho, ¡que estoy más sediento que un ahorcado, rápido, demonios! El atemorizado cantinero llena una jarra de grog ( mezcla de Ron con agua, de donde proviene la palabra con la que denominamos a la persona que está muy mareada, diciendo:”Está Grogy”) y corre a entregársela al Capitán. El pirata lo bebe con fruición, eructa fuertemente y se limpia la boca con la manga de su camisa. Mientras bebe y eructa, emite sonidos guturales de placer tales como: “Ahhh!’ Mmmm…!!! Después de saciada su primaria sed, mira deliberadamente a sus alrededores, con lentitud como escrutando la escena que lo rodea y encara a su auditorio con una sonrisa de malvada satisfacción, dejando al descubierto la falta de varios de sus dientes, mientras en un gruñido, deja escapar una risa enigmática y decide contarles una historia aterradora. Jajaja! Les contaré una maldita historia que sucedió hace algún tiempo, dice a su auditorio asombrado. En aquellas buenas épocas asolábamos el Caribe a barlovento y a sotavento! Ahh!! Que tiempos de gloria –se lamenta el Pirata… ¡Enloquecíamos a la armada Imperial del Almirante Kensington!!¡Jajaja! ¡Ese maldito bastardo! ojalá se pudra en los infiernos, jajaja! Donde ciertamente lo encontraré cuando allí me manden, también jajaja! “El Capitán del Leviatán”, bebe más ron, y mientras cuenta su terrorífica historia, blande su mano de gancho y hace groseros ruidos con la boca a modo de onomatopeyas de lo que cuenta y de tanto en tanto escupe los tabacos que quedan en su boca de la pipa que está fumando. Y prosigue su historia: – Recuerdo bien una escaramuza que tuvimos en la taberna del “Jabalí Cojo” en Jamaica. Ese día bebíamos y nos divertíamos golpeando a unos soldados de las baterías de artillería costera, porque sus cañones solían disparar contra nuestras naves cuando llegábamos a puerto. Entonces, llegaron las tropas del Gobernador y nos trabamos en lucha contra ellos que nos llevaban ventaja en una proporción de 10 a 1. !Qué!, Ya no hay respeto por los piratas Jajaja! Casi no había diferencia en la proporción con esos mequetrefes, estábamos prácticamente de igual a igual, jajaja! Pero en lo mejor de la pelea, cuando les estábamos dando la zurra de sus vidas, llegó el mismísimo Almirante Kennsington con sus rudos y experimentados hombres de mar, que también nos superaban en número y estaban frescos… jajaja! En ese momento, el pirata detiene el relato deliberadamente, hace una pequeña pausa, mientras bebe despacio su Ron y se limpia la boca con la manga de la camisa y luego, maliciosamente al ver la expectativa que había creado, retoma la palabra y continúa con el relato. Con tantas tropas leales al maldito Rey en aquella taberna, hicimos lo mejor que se puede hacer en esas circunstancias…¡huimos! Jajaja! Las tropas del maldito perro de Kennsington tomaron el poder y el control de la taberna y de la ciudad… Y tomaron también de prisionero a uno de nuestros hombres… Pobre desgraciado de Johanson, estaba tan ebrio que ni participó de la lucha, no se enteró que debía huir ni supo de que se le acusaba y porqué lo apresaron! Nuestro desgraciado compañero fue a dar con sus tristes huesos, como prisionero en la embajada del infierno en la tierra… “La prisión de la Isla Soledad…” -entonces, nuevamente detiene el relato como consternado al recordar esa prisión -se queda unos momentos como “ido”. Bebe lentamente de su jarra, arregla deliberadamente despacio el tabaco en su pipa, la re enciende da unas chupadas y continua su escalofriante relato. ¡Maldición! Nadie escapaba de la Isla Soledad… era inexpugnable… ¡Muchos de mis amigos encontraron el fin a sus días y la expurgación de sus malditos pecados allí…! –Recuerda como con melancolía- Durante varios años -continúa relatando el pirata- Johanson intentó en vano huir de allí… sin conseguirlo… En ese momento, constata que su jarra está vacía y vocifera al desgraciado cantinero gesticulando con violencia y clavando su puñal en la mesa: ¡Mal rayo te parta cantinero! Mi grog se acabó! _¡Tráeme más! ¡infeliz bastardo hijo de una vaca! ¿Qué, ya no puede un hombre beber en paz? Cuando llega el pobre cantinero, el pirata lo agarra y lo zamarrea reclamando, lo empuja y lo arroja al suelo. Este sale huyendo a refugiarse y guarecerse detrás de su mostrador, perseguido por el vozarrón del pirata que le grita: ¡”Cuida de que mi Grog no se acabe, maldito seas!!!” Bien,-continúa con su historia- con respecto a nuestro amigo Johanson, ya había perdido sus esperanzas de huir de su cautiverio, cuando por fin pudo negociar con aquél maldito cura de la prisión. ¡Que el maldito infierno se los lleve a ambos! A quién le importa! El maldito siervo de Dios, por una cantidad de monedas de oro ayudaría al infeliz y desesperado de Johanson a huir… Cuando moría alguien en aquella prisión, se tocaba una campana y el cura venía a darle la maldita despedida de este profano mundo y la bienvenida al incierto mundo de su maldito Dios. El trato que hicieron fue que en la próxima muerte, cuando se tocara la campana, Johanson se escurriría hasta la morgue ya que los guardias serían sobornados para dejarle el paso libre. Ya en la morgue, Johanson debería meterse en el cajón junto con el muerto y esperaría allí, hasta que el cura y los guardias se llevaran el féretro al cementerio y lo enterraran… luego el cura volvería y lo desenterraría dándole la libertad… A esta altura de la narración, el viejo pirata hace un alto, se toma su tiempo para arreglar y re encender su pipa. Le da luego unas largas chupadas y continúa la pausa, regodeándose con la expectativa creada con su relato… No se oía volar una mosca, el viejo sentía una especial sensación de poder invadiéndolo plenamente, hasta que finalmente retoma su relato con sorna y picardía! ¿Donde estábamos? –dice para aumentar la angustia de los cautivados oyentes-. ¡Ah, sí! Ya recuerdo… Un buen día, que parecía no llegar más, el bueno de Johanson escuchó tocar la campana. Como pudo; se escabulló rumbo a la morgue del presidio, ¡pero qué diablos! No estaba tan facilitado el tránsito por allí como le había prometido aquél maldito siervo de Dios! De todas formas y con muchísima suerte, pudo eludir a muchos guardias que andaban por los corredores, y pudo llegar hasta la morgue desde donde escaparía. La emoción era tanta que su corazón latía deprisa y tan fuerte que temió que se le oyera desde lejos El fuerte viento del anochecer, apagó súbitamente las antorchas que iluminaban los corredores y la morgue, de manera que tuvo que entrar y buscar a tientas, en la más absoluta oscuridad el féretro. Así que lo encontró, tuvo que meterse deprisa en él junto con el muerto puesto que en ese mismísimo momento llegaban los guardias a llevarse el cajón. No bien se hubo metido dentro del ataúd, los guardias entraron en el recinto, encendieron las antorchas y se lo llevaron para el cementerio… Encerrado en un féretro junto con un muerto… rumbo al cementerio para que lo enterraran… en la más absoluta oscuridad… Nuevamente el viejo hace deliberadamente una pausa, y va mirando a los cautivados hombres que mal sorbían sus bebidas, ensimismados en el relato y en el más absoluto silencio y poniendo increíble atención en el relato, ya que el “Capitán”, no solamente era un hombre que imponía miedo por sus hazañas, sino que era un muy buen narrador… El viejo sonríe con intencionalidad enigmática y repite las palabras para dar un efecto alucinante y hacer entrar aun más en clima al auditorio…. “Encerrado en un féretro junto con un muerto… rumbo al cementerio para que lo enterraran…en la más absoluta oscuridad… Y continuó diciendo: Johanson, sintió entonces como bajaban el cajón al agujero húmedo donde lo enterrarían. Una a una fue escuchando las paladas de tierra que le echaban por encima de su cajón: chas!, schas!, chas!, schas….! hasta que lo enterraron completamente… Sólo se preguntaba cuanto demoraría aquél maldito cura en venir a sacarlo de allí, ya que nadie más en este mundo sabía de su enterramiento vivo aún… Muchas horas pasaron y aquél maldito fraile no aparecía. Johanson recordó que tenía unos fósforos en uno de los bolsillos de su raído pantalón y si aún en aquél reducidísimo espacio podría encenderlos -ya que estaba harto de la oscuridad- podría además iluminarse y de paso ver quién era el muerto, quien era aquel desdichado que con su partida de este mundo lo había ayudado a lograr su libertad… Los halló y con un tremendo esfuerzo los consiguió encender y cuando la claridad de las llamas iluminaron aquellas tinieblas de la oscuridad de aquél sarcófago, pudo ver con claridad que el muerto no era ni más ni menos que el cura! ¡Jajajaja! ¡Jajaja!
by:Eddy