Desde la antigua Persia para ustedes…
Ardientes historias de Persia
Como dicen en las leyendas, que cuando son en inglés empiezan diciendo: “Ones uppon a time”, o “There are a long, long time ago, in a far kingdom”…. O si son en japonés lo hacen comenzando con la expresión: “Mukashi, mukashi, o mukashi… Pero como esta leyenda es de la antigua Persia (actual Irán) y yo no tengo la más pálida idea de cómo comienzan ellos sus relatos de esta especie, decidí contártela en español, así que esta historia va a comenzar diciendo:
Hace mucho, mucho, mucho tiempo atrás, en un pequeño reino de la gran Persia, vivía un atormentado esclavo llamado Abdul.
Abdul, era uno de los tantos esclavos en el palacio de del benemérito sultán ALÍ HASSAN EL ALUD IBN MOACIR- “El favorito de Alah”- quien reinaba sabia y justamente en el pequeño reino de Magada Bassora.
La desdicha, tragedia y pena que sufría el esclavo Abdul, era debido a un secreto, oscuro y prohibido deseo que se desató en su mente y su corazón: ¡El prohibidísimo deseo de besar y succionar los ubérrimos pechos de su soberana, la Sultanesa Nazirah!
Noche y día, el tormento de tan oscuro deseo, consumía al pobre Abdul.
Cierto día, no pudiendo soportar más su pena en silencio, la confió en secreto a su buen amigo, el también esclavo Ahmed.
El aludido, después de escuchar atentamente las cuitas de su amigo, contestole de ésta manera:
-Amigo Abdul, las penas que te consumen, solo se te quitarán cuando puedas saciar abundantemente tu sed de ellas, – y agregó también- eres hombre afortunado, ya que Alah, ¡El todopoderoso!, ha querido dirigirte a mí, que soy la persona que puedo solucionar tus apremios todos. Ante el estupor y asombro del incrédulo ABDUL, su amigo AHMED, prosiguió diciendo: Tengo yo la forma de solucionar tus anhelos todos y a cambio de una moneda de oro, ¡Por Alah que así lo haré!
Cayendo de rodillas ante su amigo, ABDUL exclamó: ¡INCH ALAH; INCH ALAH…!
Pasado el primitivo estupor, ambos amigos acordaron que AHMED, a cambio de una moneda de oro, brindaría la solución a los desesperos de ABDUL.
Raudamente, cual brioso corcel galopando en las dunas, el esclavo AHMED se dirigió a las habitaciones de los esclavos. Tomó de dentro de un viejo arcón que allí tenía, un raro frasco conteniendo un rosado elixir y encaminó los pasos hacia las habitaciones reales.
En un absoluto silencio, ¡Y con tal sigilo que haría parecer ruidosa una sombra fugaz en una noche de luna llena! Acercó se a la cama de de la sultanesa.
Eligió de entre las ropas que allí había – de las cuales la sultanesa se había despojado entes de meterse en el lecho- un primoroso soutién de encaje de seda. Del misterioso frasco con el rosado elixir, dejó caer tres finísimas gotas en cada copa y tan sigilosamente como entró, salió de allí dejando la prenda en el mismísimo lugar de donde la había tomado.
Cuando el sol de la mañana y el IMAN, quien llamaba desde el ALMOACIN, a los fieles a la oración matinal despertaron al reino y a la soberana, esta vistió sus ropas reales y se dedicó a sus tareas de soberana. Inmediatamente después de vestir el soutien, comenzó a sentir un escozor en sus pechos. Sobre todo en la punta de ellos. A medida que pasaban los minutos, el escozor se transformaba en picazón, ¡Y ésta en terrible picazón, desesperante, insoportable agónica…!
Inmediatamente de enterado el Sultán: ALI HASSAN EL ALUD IBN MOACIR –“Gran Visir de los deseos de Alah- mandó llamar a todos los galenos del reino…
Pero nada pudieron hacer, ni los más doctos ni los más sabios, ya que las recetas, los ungüentos y los remedios prescriptos en nada ayudaron a los sufrimientos de la Sultanesa.
¡La soberana NAZIRAH, se revolcaba en su lecho en total agonía por la terrible picazón en sus pechos!
No conforme con los médicos, fueron también llamados los sabios, los augures los brujos y exorcistas del reino…
¡De nada sirvieron los conjuros, las oraciones y los exorcismos!
El Sultán, ALÍ HASSAN EL ALUD IBN MOACIR- “El bien amado y ungido por ALAH- estaba arrasado por su desesperación e impotencia.
Fue en ese exacto momento, cuando el esclavo AHMED, le comentó al Soberano, así nomás como al pasar, que el esclavo ABDUL, tenía un extraño poder, que le permitía quitar con sus labios y su lengua cualquier picazón, con solo aplicarlos sobre la parte afectadas el tiempo suficiente. Inmediatamente le fue ordenado al esclavo ABDUL, que fuese a las habitaciones de su soberana, la Sultanesa, aplicara sus labios y su lengua sobre la picazón de esta… ¡Y que no saliera de allí hasta no aliviarla, so pena de decapitación si desobedecía!
El buen esclavo ABDUL, ¡Obedeció pronta y diligentemente la orden de su Sultán, ALÍ HASSAN EL ALUD IBN MOACIR! –“El iluminado par Alah-
Era ya la alta madrugada, cuando el esclavo ABDUL, salió de las habitaciones de la Sultanesa. ¡Cansadísimo, pero feliz y distendido… ¡Por haber cumplido con creces el mandato que su Sultán le había encomendado!, ¿no?
Y la Sultanesa se quedó dormida en un éxtasis de placer… ¡Al verse libre de la tal picazón! ¿verdad?
Al llegar a sus aposentos, estaba esperándolo, su amigo, el sabio esclavo AHMED, para recibir su bien merecida moneda de oro.
Pero ya sea que ensoberbecido por haber logrado su cometido, ya sea por arrogancia, o por tacañería, el esclavo ABDUL no quiso pagar su deuda para con su amigo.
Ante las insistencias de AHMED, y queriendo terminar de una vez con ese asunto, ABDUL, le dijo: ¡No te pagaré!, y tampoco podrás acusarme con el sultán por esta felonía, ya que, siendo su coautor, ¡También tu cabeza sería cortada junto con la mía Díjole con sarcasmo ABDUL.
¡AHMED, lo miró larga, fija y profundamente… Pero en su sabiduría nada dijo y se retiró!
Fue a su habitación, buscó en el viejo arcón que allí tenía
Y volvió a sacar el misterioso frasco con el rosado elixir. Pero esta vez, dirigiose rápida y silenciosamente a las habitaciones del sultán, donde vertió todo el contenido del rosado elixir, ¡En la parte delantera de los calzoncillos del Sultán…!
…tal es la leyenda…